UN COMENTARIO SOBRE LAS MIL Y UNA

La historia de amor que cuenta Clarisa Navas en Las mil y una es también la historia de un deseo que se contiene todo el tiempo. Y ese deseo, en parte, se retrae por la carencia de privacidad en el interior de los hogares. En las casas de Las Mil hay caos, gente, música, ojos y prejuicios. Los momentos en los que Iris y Renata son libres y alcanzan un grado de intimidad sereno, recíproco y sincero es cuando caminan por el barrio. El barrio que se cuela y controla de cerca se contrapone al movimiento de ellas. Porque cuando Iris y Renata se mueven, la relación fluye y crece.

Hay un pequeño gesto de Iris, la protagonista de Las mil y una, que resume aquello que la película expone todo el tiempo: es muy difícil generar espacios seguros, íntimos y privados para quienes desean. La falta de privacidad es un problema al que los personajes se enfrentan pero la película también muestra maneras de sortearlo.

Iris saca la ropa de la soga. Iris está y no está ahí, ella también está colgada: tiene la mente en otro lado porque está a la espera de una respuesta -que tal vez no llegue nunca-. Hay muchas versiones de la espera en cine y televisión, algunos fuman, otros toman, otras salen a dar paseos por la ciudad. Y otras, como Iris, mientras esperan que alguien las note o las sitúe en el mundo simplemente descuelgan la ropa. La espera no es más que ansiedad, nervios, angustia y risas nerviosas. Porque lo que en verdad se espera es experimentar y dejar ser esas sensaciones nuevas e inexplicables que irradian en el cuerpo.

Nada genera más intriga que el futuro cercano, un futuro igual de posible (casi al alcance de la mano) como fácil de escurrirse (fácil de no suceder nunca). La espera de lo cercano culmina cuando el celular vibra en la panza. Entonces aparece el gesto cotidiano de la privacidad: Iris se levanta la remera, desbloquea el celular y escucha el audio, es Renata invitándola a salir. El desorden del espacio donde yace el Bart viejo queda en segundo plano ante la sonrisa de Iris al escuchar la voz de Renata. Sonríe porque la espera terminó y porque su picardía funcionó. Iris no la apura a Renata por redes ni la acorrala con frases picantes. Iris se acerca de puño y letra, y en esa carta queda totalmente expuesta ante Renata. La corrida de Iris grita «es ahora o nunca». El accionar de Iris es desnudez pura, es un desborde de ternura, rebeldía e inocencia. Le «sale bien» porque Renata accede a jugar ese juego, ella también busca en ese ángel recuperar un poco de fe en el mundo, escapar de esa casa que la agobia.

La invitación no es a ningún lugar donde tengan que fingir ser alguien que no son. Tampoco es a un bar, tampoco a una plaza. La salida es, literalmente, la calle, el espacio público. Es ir a dar una vuelta, charlar, caminar juntas. A su vez, ese caminar a la par hace que no se miren directamente pero sí que se escuchan y acompañen. En ese juego de preguntas y respuestas y voces bajas se dicen todo, se desean, se sienten cerca. Pocas cosas de la vida son tan genuinamente lindas que que la persona que te gusta te diga: «salí que estoy afuera». En ese momento el corazón se estruja, la respiración se acelera, las risas se escapan y los ojos brillan. Irse de casa implica salir de esos espacios cerrados que asfixian. Salir es una invitación a crecer.

En un mundo donde cada vez más las ficciones juegan con las redes sociales e incorporan audios de WhatsApp en pantalla o donde conocemos cada uno de los pensamientos de los personajes es muy curioso que no sepamos qué le responde Iris a esa invitación crucial. ¿Le responde por escrito? ¿Le envía un audio, lo manda de una o graba/borra varias veces? No sabemos. Como tampoco sabemos qué dice la carta que le entrega Iris a Renata, el puntapié inicial que desencadena el vínculo entre las dos. Las mil y una es una gran película de pequeños gestos, movimientos sutiles, murmullos y oraciones cortas.

Las mil y una muestra que existen las personas-refugio, Renata lo es para Iris e Iris para Renata. Por eso cuando Iris recibe el mensaje sonríe: porque sabe que Renata es una ventana a ese mundo que la espera y que ella desea con tantas ganas conocer. Iris escucha a Renata, esa invitación es demasiado real para ella. Lo único que atina a hacer es volver a guardar el celular entre su panza y el short y agarrar fuerte al gato. Esos pequeños gestos son la conservación de su deseo. El celular pegado al cuerpo, amarrar al gato, descolgar la ropa: son pequeñas muestras de cómo la protagonista resguarda su interior del mundo, de los otros. ¿Qué pasaría si alguien lee o escucha esas conversaciones? No es casual que internet aparezca como una estrategia de les chiques para vivenciar experiencias que el barrio no deja crecer. Internet, los chats, bloquear el teléfono o tenerlo encima, las búsquedas en Google y los diarios íntimos son ejemplos que utiliza Las mil y una para mostrar la conservación de la intimidad. Iris quiere cerca a Renata, la quiere para ella, para nadie más porque Renata es la intimidad de Iris. Y se guarda el celular para que nadie interfiera entre ellas, para que nadie hable sin saber, para no ser objeto de burla. Iris camufla su deseo porque no quiere que su vida se debata. No le interesa pero la mirada ajena todavía le molesta. Habrá que ver si el paso de Renata por la vida de Iris sea el impulso, la ráfaga de seguridad que Iris necesita para atreverse a vivir su deseo de otro modo.

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