Crítica: EL MAESTRO de Tamagnini y Dabien

El teléfono de Natalio (Diego Velázquez) suena, atiende. Es Juan (Ezequiel Tronconi) un amigo que le pide hospedaje por unos días. Natalio le da la bienvenida a Juan, le alquila una casa y se entusiasma con esa nueva presencia que vino a modificarle sus días. La rutina de Natalio consiste ir a dar clases al colegio, donde es docente hace varios años, y luego volver a su casa familiar donde lo esperan su madre (Georgina Parpagnoli) y Susana (Ana Katz), la empleada doméstica. En sus ratos libres Natalio juega al paddle con unos vecinos y prepara la obra teatral para el ciclo lectivo, El Principito.

Una madre soltera que busca refugio en un hombre que no la cuida ni valora. Un niño que huye de la realidad haciendo deberes escolares o trepando hasta el techo de su casa, como si la altura y la educación fuesen su única salvación. Un maestro que busca continuamente romper con la rutina asfixiante. Los días avanzan en La Merced, un pequeño pueblo de Salta, a la par que avanzan los prejuicios y miedos de los vecinos. Los planos en el interior de las casas está fragmentados u obsesivamente estáticos: una opresión que incomoda ver. La manera sigilosa que eligieron los directores –Cristina Tamagnini y Julio Dabien– de mostrarnos la historia de Natalio da la sensación al espectador de estar siempre espiando esas vidas, como queriendo escuchar los pensamientos de los personajes. Una cámara que va y viene entre lo público y lo privado, lo externo y lo interno, el contexto y el sentir. El plano solamente se abre en el teatro o en la calle, cuando Natalio pasea con Juan o cuando Miguel (Valentín Mayor Borzone) –su pequeño alumno e hijo de Susana– busca a Natalio.

Los caminos de Natalio y Miguel, «los distintos» del colegio, se verán afectados. Uno en el mundo adulto, otro en el infantil. El arte será la llave que encuentre Miguel para no evadir más su realidad sino transformarla aunque las bifurcaciones sean tristes y dolorosas.

El arribo de Juan en el pueblo se hace notar. Sobre todo por el resto de los hombres del pueblo que sienten a Natalio como una amenaza a su masculinidad. Natalio habla y escucha a las mujeres colegas, compañeras, madres. El maestro hace comentarios al pasar sobre actitudes violentas de esos hombres que rodean a las mujeres y niños de su entorno. Natalio habilita, con el arte y su compañía, espacios de disfrute y diálogo. Eso, para el mandato machista, es imperdonable.

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La dupla Tamagnini-Dabien que dirige El Maestro decidió, desde lo formal, jugar con el sonido. Casi no hay música, salvo alguna escena de boliche. Esa ausencia habilita que quede resonando en el espectador tanto el volumen elevado de la televisión de la madre como la entonación de los pequeños actores al decir pasajes de El Principito. Así como también resuena la voz dulce, comprensiva y decidida de Natalio.

Una vez más, Diego Velázquez demuestra que sabe absorber la esencia de sus personajes, es increíble cómo todo su cuerpo se entrega a la cadencia de Natalio, un docente de pueblo que vive tranquilo, sin sobresaltos, plantado, un poco tímido y culposo que usó –no tan inconscientemente– la visita de Juan como excusa para dar el salto e irse de esa casa y esa rutina que ya no le permitía ejercer su deseo libremente.

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La película tuvo su estreno en la pantalla de CINEAR el jueves 14 de mayo.

Mirala ahora en CINEAR ESTRENOS: https://play.cine.ar/INCAA/produccion/6192

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