Una casa llena de plantas, casi una selva: así nos recibe el escenario al entrar a la sala. Hay macetas de todos los tamaños en todas las superficies disponibles: en el piso, en la mesa, en las bibliotecas. También hay libros, muchos, en cada estante. La casa, las plantas y los libros son de Elsa -interpretada amorosamente por Mirta Busnelli– y nosotros, los espectadores somos espías en su casa, en sus recuerdos y en sus ilusiones.
Elsa vive sola y tiene miedo de olvidar: por eso escribe. Con las memorias mezcla lo que podría haber sido, lo que incluso todavía puede ser, porque no se resigna a vivir del pasado. De pronto, también, es como si Elsa estuviese respondiendo a consignas de un taller literario o completando una agenda creativa o ensayando una obra de teatro. Y nosotros, los espectadores no terminamos de discernir qué de todo lo que se cuenta pasó o está pasando de verdad, dónde termina el recuerdo y dónde empieza la invención. Pero eso no importa, ¿acaso los recuerdos son otra cosa que reconstrucciones? Algo sí sabemos: el deseo y la curiosidad están vigentes en Elsa. La iluminación, a cargo de David Seldes, logra ambientar delicadamente lugares, momentos y evocaciones.
La protagonista gusta de juntarse con jóvenes, pues la sangre fresca riega vida. Acá aparecen el Chino (Agustín García Moreno) y Mariel (Constanza Herrera) para alimentar la imaginación de Elsa y sorprendernos con sus actuaciones. Él es un vecino que corre en círculos. Ella es su empleada, con quien charla de temas variados. Ambos, también, se calzan zancos para interpretar a los hijos de Elsa; el recurso es útil para diferenciar a los personajes y marcar el paso del tiempo: “¡Cómo crecieron!”, dice ella, hace mucho que no se ven.
Es un trío de inesperados compañeros de confesiones y aventuras. Elsa quiere que Mariel lea pero la chica no puede: “no retengo”, se excusa. También quiere que el Chino haga su tesis y se reciba, lo ayuda con clases particulares pero no hay caso. El vínculo entre los tres termina por definirlo la música y una canción en particular: «La Petaquita» de Violeta Parra.
En el bosque privado de Elsa hay de todo “¡menos cactus!” (el Chino piensa que es porque no la necesitan y el enojo de Elsa hace pensar que algo de razón hay en esta sugerencia). Su planta favorita es una Costilla de Adán que trajo de la casa anterior, la casa familiar que funcionó mejor como anhelo que como realidad: “Si la cambio de lugar es capaz de seguir creciendo”, dice. El Chino le explica que el nombre de la planta es Monstera Deliciosa pero Elsa insiste en llamarla “La Loca”, porque se adapta a cualquier mudanza, porque aguanta y porque -como ella- sigue viva a pesar de algunas pausas, a pesar de todo.
Elsa es (como) la loca de las plantas, por sus venas corre la inagotable savia de la vida. Quizás por eso la sala nos despide con «La Jardinera» (también de Violeta Parra): cuanto más verde el jardín, más lejos los malos pensamientos y, por lo tanto, más vital. De ahí la certeza del manifiesto inicial que recita Elsa: «Una planta siempre es un buen regalo».

ph. Vidurria
La Savia, escrita y dirigida por Ignacio Sánchez Mestre, estrenó en 2017 en el Teatro Cervantes. Este año, en su cuarta temporada y con el elenco original, llegó a la Calle Corrientes como parte del ciclo Verano Off 2020 del Teatro Metropolitan Sura.
Ficha Técnica
Dramaturgia y dirección: Ignacio Sánchez Mestre
Actuación: Mirta Busnelli, Agustín García Moreno y Constanza Herrera
Producción: María La Greca
Escenografía: Laura Copertino
Vestuario: Lara Sol Gaudini
Iluminación: David Seldes
Diseño de sonido: Tomás Mesa Llauradó
Arreglo musical: Facundo Mazzota
Realización de set electric: Paul Pregliasco
Asistente de dirección: Tomás Mesa Llauradó
Asistente de escena: Julián Giménez Zapiola
Asistente de escenografía: Miranda Pauls
Asistente de vestuario: Ailén Zoe Monzón
Asistente de iluminación: Facundo David
Foto: Ignacio Coló / Mauricio Cáceres
Diseño gráfico: Carola Tana
Prensa: Cecilia Gamboa
AGENDÁ ⇛ Sábados 20:30 @ Teatro Metropolitan Sura (Av. Corrientes 1343, CABA)